Trece Rosas.


            • Carmen, Martina, Blanca, Pilar, Julia, Adelina, Elena, Virtudes, Ana, Joaquina, Dionisia, Victoria y Luisa. En recuerdo de las Trece Rosas

Hace ya 73 años de aquel 5 de agosto de 1939, dia del fusilamiento de las trece mujeres conocidas como las "Trece Rosas" uno de los episodios más crueles de la represión franquista. Trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este en Madrid.
Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil.
Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el dictador Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.
En el ambiente de ese verano de posguerra -tristísimo para unos y glorioso para otros-, se mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo, abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías fascistas estaban infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias sucedian en cualquier momento. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres. "Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino", voceaban las radios de Madrid. "Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino", advertía Franco en sus discursos.
"Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia". Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa en su última carta.Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las Salesas. "Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados:
- La consideramos responsable de un delito de adhesión a la rebelión.
- Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados la pena de muerte", dice la sentencia.
Y apenas 24 horas más tarde, 13 de aquellas mujeres y 43 hombres fueron ejecutados ante las tapias del cementerio del Este.
Quince de los ajusticiados ese 5 de agosto de 1939 eran menores de edad, entonces establecida en los 21 años.
Por su juventud, a estas mujeres se las comenzó a llamar "las trece rosas", y su historia se convirtió pronto en una de las más conmovedoras de aquel tiempo de odio fratricida y fascismo. Un episodio sobre el que nunca se escribirá lo suficiente. Lo investigó el periodista Jacobo García, ya en 1985. Lo noveló el escritor Jesús Ferrero en su libro Las trece rosas (Siruela, 2003), en el que dedica un capítulo a cada una de las muchachas y con su literatura las dota de vida y palabra, de sentimiento y dolor; le pone cara a sus verdugos. En su libro duelen los testimonios de las familias, el momento de la condena, la partida hacia la muerte, la locura posterior de las madres de las fusiladas ante su pérdida, la indiferencia del régimen.
"Tras entrevistar a sus compañeros de organización, a sus familiares, concluimos que las trece rosas eran mujeres que sabían bien lo que hacían, y que con gran valentía y clarividencia lucharon contra el régimen antidemocrático y fascista que se avecinaba", "Se afiliaron a la JSU de forma consciente; pudiendo quedarse en casa, salieron a la calle y optaron por luchar y defender la II República española, desempeñando diversas labores durante la defensa de Madrid y poniendo en riesgo sus propias vidas".
Eran modistas, pianistas, sastras, amas de casa, militantes todas, menos Brisac, de la JSU.
Pos pertenecer a JSU el suyo se considera uno de los castigos más duros a los vencidos de la posguerra.
"Franco se proponía destruir hasta la simiente de los rojos en este país y al decir rojos, estoy diciendo los simples demócratas, los liberales, cualquier recuerdo de los tiempos en que España había sido libre". Para el régimen, según el periodista Jacobo García, la JSU representaba un gran peligro: "Dada la juventud de sus militantes, estaba destinada a sobrevivir durante muchos años y a plantear problemas al régimen franquista durante muchos años, a corto, medio y largo plazo". Debía desaparecer.
Así, estando todos los hombres en prisión o en el exilio, de la reorganización se encargaron las mujeres o los jóvenes. "Queríamos seguir luchando, recuperar dinero para ayudar a los presos, para sacarlos, para sacar a mi hermano; queríamos, pero no lo conseguimo. Te cogían enseguida", "Era un Madrid triste, reservado, la gente no se atrevía a mirar a nadie; si ibas en el metro, todo el mundo iba con la cabeza baja".
Las trece rosas fueron elegidas para morir entre las 4.000 reclusas hacinadas en Ventas en un espacio pensado para 400 (más de 280.000 presos políticos se contaban en 1939 en España). Por qué ellas y no otras- Me pregunto.  Una hora antes les había llegado la orden de elegir a quince mujeres, preferentemente menores de edad, para conducirlas a juicio. Ya en comisaría, una señora, que se sentía agradecida porque habían liberado a su hija, le regaló al Pálido (el que se encangaba de los interrogatorios), un ramo de rosas. Eran quince, el Pálido lo cogió y, mirando a Cardinal y a Roux, dijo: 'Señores, ha llegado el momento de decidir quiénes van a ser las quince de la mala hora. Bastará con ponerle un nombre a cada una de las rosas Empezaré yo', dijo tomando una flor. 'Y bien, esta rosa de pasión se va a llamar Luisa. No conseguí que esa bastarda pronunciara una sola palabra en los interrogatorios. Por poco me vuelve loco'. 'Y ésta, Pilar', dijo Cardinal. 'Y ésta se va a llamar Virtudes', susurró el Pálido con precipitación. 'Y ésta, Carmen', dijo Cardinal. 'Lo merece más que nadie. Nunca me miró bien esa condenada'. 'Y ésta, Martina', anunció Roux. 'Está siempre ausente. Seguro que ni siquiera se va a dar cuenta de que ha muerto".
El destino triste de estas mujeres que no pudieron envejecer ha sido citado también en libros de Dulce Chacón o Jorge Semprún.
Ficciones aparte, ellas sí se daban cuenta.
De sus condiciones ("La posguerra fue peor que la guerra"), de las humillaciones ("Se ve que les gustó mi pelo y me dejaron pelona, pelona; me lo cortaban y me lo enseñaban, '¿no te da pena este ricito?"), de lo que les esperaba ("No bastaba con estar tú en la cárcel, todo tu entorno tenía que expiar por tu pecado"), de lo que significaba pertenecer a los derrotados ("Nos trataban de lo peor, muchas palizas, muchas vejaciones"), de lo que perdían ("Estuve 16 años en prisión, se me fue lo mejor de mi juventud").
"Para mí es un recuerdo muy amargo, muy amargo", contaba llorando desconsolada Mari Carmen Cuesta, hermana de Julia, entonces de 16 años.
Fue Blanca Brisac, sin embargo, quien mejor lo expresó, mientras escribía a su hijo esa noche, ya en capilla: "Voy a morir con la cabeza alta. Sólo te pido que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí. Hijo, hijo, hasta la eternidad".


Este año, en que el aniversario coincide con la involución social, laboral y política que estamos viviendo, la peor sin duda en los últimos tiempos, vuelve a aparecer aquella mano negra del franquismo que, sin complejos, desea olvidar a los protagonistas de la historia democrática de nuestro país y niega todo derecho a las víctimas de la dictadura y a sus familiares.
Reconocer a aquellos valerosos jóvenes que, como los miembros de la JSU , defendieron los ideales democráticos que representaba el estado republicano en aquellos momentos, frente al fascismo y la barbarie a la que obedecían los generales golpistas que provocaron una guerra en España, es un deber para la higiene democrática de nuestro país.
Nunca olvidaremos aquellas trece rosas que sesgaron a balazos en la pared del cementerio ... y les impidieron florecer....
Lilith







Fuente. El País, La República.